Club de Lectura

El hombre es un organismo excesivamente complicado. Si está condenado a la extinción morirá por falta de simplicidad.

Ezra Pound

I

Curadores

Cuarenta y siete calaveras adornan el pasillo que separa a la Biblioteca de Hermes del resto mundo. Estas, al percibir el caminar del visitante, inflaman sus ojos con un tono verdoso que suele espantar a los abismales más jóvenes. Esto lo harán únicamente si se ha dado el número exacto número de cuarenta y siete pasos. Si esto no se cumple, la pesada puerta simplemente no se abrirá.

            Si la leyenda es cierta, aquellas viejas calacas pertenecen a pretéritos bibliotecarios, todos ellos muertos en violentas y desagradables circunstancias. Aún así, debemos decir que el fin abrupto de estas vidas no asusta al Maese Horatiu, quien no teme a la muerte, pues sabe bien que hay finales mucho más viles que simplemente dejar de existir.  

            En su rol de gran guardián debe recibir a cualquier Abismal interesado en aprender, siempre y cuando su manejo de las tinieblas sea lo suficientemente amplio como para sobrevivir a los tormentos encerrados en los tomos ocultos tras aquellos muros,  aunque cada día los nuevos reclutas le parecen más animales, incapaces de realizar un acto tan simple como leer un libro.

            Desde un tiempo a la fecha el maestro se siente más cómodo ahí, prácticamente bajo tierra, que en el campo de batalla. Por alguna razón, abrir, destajar y machacar a sus enemigos  ya no era lo mismo de antes. La edad se dijo, debe ser eso.

            Se movió entre las primeras galerías, se detuvo a ordenar algunos libros que habían escapado de su sitio. No podía culpar, al menos a ciencia cierta, a ningún visitante,  es que a veces los libros les daba por andar por si mismos, cambiarse de lugar con sus vecinos o de sección si es que sienten que estaban mal catalogados. Textos feroces componían una colección que no veía la luz hace años. Algunos eran tan fieros que simplemente cambiaban su contenido, alterando las palabras que habían sido escritos en ellos. Eso tampoco le importaba, intuía que el motor básico de toda forma de escritura era el miedo y aquella esencia no podía cambiar.

            A parte del indomable Maese, la  biblioteca tiene un solo habitante permanente, Ojos Vacíos, el profeta ciego. Al cual su condición visual no le impide pasar horas en profundo silencio, haciendo algo así como una pantomima de una lectura. Si comprende lo leído o no, es un tremendo misterio. Otras veces es posible verlo caminando por los pasillos, murmurando cancioncillas, cada tanto en tanto descubre un nuevo estante, con tomos escritos en lenguas arcanas, entonces,  sin mediar traducción alguna comienza a leerlo.

Esta lejos de ser una buena compañía, no habla  mucho, salvo para realizar operaciones administrativas o para soltar alguna confusa profecía. Estos vaticinios pueden ir desde revelar los planes de la Acracia o delatar un espía de la Corporación, hasta predecir el clima en Madagascar, por lo que el Maese muchas veces simplemente lo ignora. Prefiere hablar con algunos seres de voluntad, mismos que anima usando su propia fuerza y la que queda residual entre las páginas.  Así ha discutido con escritores idos como Borges, Tolstoi y Sor Juana Inés de la Cruz,  así mismo convoca seres imaginarios como al profesor Moriarti, Lady Macbeth o Fausto. Cuando comenzó en aquel culto negocio recreaba a personajes más glamorosos como Aleister Crowley, Eliphas Levi o el mismo César, pero descubrió que para seres pomposos ya tenía la mitad de los líderes del Abismo.

            —Tendremos visitas el día de hoy.

Aquella era la voz de Ojos Vacíos mientras vagaba por el pasillo de lectura general, mismo que conduce de la letra C, de Crawford hasta la D de Dillon. Maese siguió derecho hasta su escritorio, se sentó en su silla y comenzó con una lectura, pero fue incapaz de concentrarse. Si su camarada esperaba visitas, es que las habría.

—Si es así, prepara el Salón de Baal, no quiero que nos juzguen como malos anfitriones.

Se hizo un pausa.

—¿Cuál es el salón Baal? –Preguntó el ciego Abismal.

—Ya sabes, el que huele a gardenias.

Hubo un leve estremecimiento en la atmosfera del lugar, como si la propia geografía supiese que algo fuera de lo común estaría a punto de ocurrir.

II

Amenazas

Horatiu sabe que la puerta no puede ser cerrada para nadie, así mismo sabe que está prohibido cualquier tipo de duelo, combate o contienda entre Abismales en el lugar. Aunque él es considerado uno de los más poderosos miembros de la facción, sabe que está lejos de ser resistencia suficiente para repeler un ataque masivo, si un día la Corporación localizaba aquel lugar y decidía borrarlos del mapa, pues sería el fin de aquellos secretos. Ahí estaba su verdadera angustia y no era una menor. Pero aquella frágil existencia era parte de la naturaleza misma de la Biblioteca.

            Sirvió un poco de té Oolong, siempre servía para dos, pero le pareció oportuno desempolvar la porcelana que Petrov había donado al Templo. No había acabado aún de ejecutar su cometido cuando las campanas comenzaron a llenar el aire con su coqueto vibrar. Fueron seguidas por la apertura de la puerta. Los libros reaccionaron mal. Era una biblioteca abismal, sin duda, pero reaccionaban mal ante la entropía. Era por eso que abismales más salvajes como Engendro debían concurrir con inhibidores de caos libre. Pero el ser que entró era un aliado, pero no uno de ellos propiamente tal.

            —Embajador—dijo el Maese haciendo una reverencia—, bienvenido a la Biblioteca del Templo.

            Quien tenía al frente era un Emisario Hankar. La literatura los señalaba como uno de los desviantes más antiguos de la creación, manipuladores, traficantes de influencia, que pese a su aislamiento han asegurado un importante poder mercantil, político y castrense. Hay teorías que señalan que no serían ni siquiera Homo Sapiens propiamente tal, sino descendientes de un homínido paralelo al Neanderthal. Al día de hoy son una arcana dinastía de Desviantes, que siguen a la figura del 7º discípulo de Agripas. Aquel que no estuvo presente cuando el Abismo moderno apareció en la realidad.

Habitan en Groenlandia, en una enorme Fortaleza de Hielo, a la que llaman Thule en honor a los mitos germánicos. Puede que todo eso sea mentira, una buena e intimidante.

—¿Puedo asistirlo? —Preguntó el Maese mirando al té que recién había servido.

El diplomático Hankar hizo un desprecio con la mano. Se quitó las gafas negras que cubrían sus ojos, que en realidad eran las bocas por donde surge la voz de estos extraños desviantes.

—Siendo esta una biblioteca—dijo con tono calmo—, es bastante lógico presumir que estoy aquí por un libro.

El Maese hizo un ademán asintiendo, no quiso entrar al juego del sarcasmo,  debía ser político y cauteloso. Aunque si fuese por él, ya le hubiese  arrancado la cabeza.

—Necesito el Colossaeas—dijo el visitante  sin perder la calma—, imagino  que lo conoces. Es un tomo incompleto,  pero de los pocos que hay sobre los Colosos boreales.

Horatiu, hizo un gesto mientras caminó con el Hankar hasta el pasillo siete, donde el tomo estaba apostado, en compañía de todos aquellos textos que por una razón u otra quedaron incompletos. A pesar de esto último, aquel era un gran libro  de tapas de cuero blanco y una gran runa dorada como única señal de su nombre.

—Hemos habilitado una sala de lectura especialmente para su comodidad—señaló el bibliotecario.

El comisionado del norte sonrió con sus tres bocas al mismo tiempo.

—No es una opción—dijo subiendo el tono de su voz—, debo llevarlo a mis druidas, ellos sacarán mucho mejor provecho de este precioso tomo.

—El libro no puede dejar la Biblioteca del Templo—sentenció el encargado del recinto—, además le recuerdo que no está permitido el combate, a menos que quiera dejar su alianza con el Abismo.

El Hankar no perdía con nada su compostura, ni siquiera cuando se quitó uno de sus guantes. Mostrando que en su palma izquierda había una cuarta boca, no una real, sino  un tatuaje, mismo que usaría para realizar una manipulación. Estaba abriendo un  portal.

—Yo no pienso combatir contra usted, mi buen Maese, pero aquí mi amiguito puede hacerlo, verá no es un Abismal, mucho menos ha firmado acuerdo alguno.

—Me parece que usted me está amenazando—dijo el biliotecario con un gesto de resignación.

Ante el defensor emergió un ser que casi nada tenía de humano, podría ser un reptil o un saurio antropomorfo. El emisario lo sujetaba con una delgada cadena de plata, que a todas luces era insuficiente para contener a la bestia.

—Tiamath—exclamó Ojos Vacíos fuera de escena.

Tenía razón, aquel monstruo era un Tiamath, un Acracia que un día tuvo una muy mala  idea. Por eso la perturbación de los libros, era caos puro lo que el Emisario escondía. No tardó mucho en soltarla, la criatura se arrojó  sobre el Maese, buscando desgarrar su carne, pero el bibliotecario, como muchos en su profesión era rápido y mañoso.

Lo  primero que hizo fue lanzar una manipulación de penumbras para despistar a su atacante, quien dio un giro de cuarenta y cinco grados para esquivar la ceguera que le regalaría la penumbra, luego le persiguió. Sus dientes podían partirlo en dos, aniquilarlo en segundos, pero para eso tenía que agarrarlo primero. Horatiu abrió un texto, a penas pudo ver que se trataba de geometría, puso una mano en este y de pronto la criatura vio como su oponente se desvanecía. 

La criatura soltó un lamento de frustración, miró a todos lados, pero no había señal del maestro de la Biblioteca. Su horror vino cuando la criatura miró hacia arriba y vio como las manos del maese se habían vuelto  grandes cuchillas, mismas con que cercenó la cabeza de la desdichada criatura. 

Sangre anaranjada, casi transparente y delgada fue a dar a la ropa del fino emisario. El maese se incorporó, mientras la Biblioteca se limpiaba a si misma.

El Hankar temblaba, estaba asustado, lo que el abismal juzgó como algo sumamente humano. 

—¿Qué hará conmigo? —Preguntó preparándose para un golpe.

Horatiu levantó una ceja y señaló el salón de Baal.

—Usted quiere leer un  libro—contestó—, tómelo y llévelo al salón, pronto le serviremos un té. Muchas gracias.

El comisionado de los seres del norte hizo un gesto de agradecimiento,  y  partió a esconderse libro en mano. Ojos Vacíos hizo un ademán de partir tras de este, con el té, pero fue detenido por el Bibliotecario.

—Quédate con él, no se vaya a sentir solo. 

Este asintió y fue a instalarse al salón.

III

Chubascos

La calma había regresado a la Biblioteca del Templo, santuario seguro para todo Abismal que deseaba expandir sus conocimientos. El incidente con el Emisario no había echado a perder el humor del Maese, quien ya llevaba un rato leyendo sobre la presencia del abismo en islas polinésicas.

            Afuera se adivinaba la primera lluvia del año. El Maese no pudo evitar pensar en otras aguas, más antiguas.

            Las campanas suenan nuevamente, debe ir veloz a recibir al  visitante, el ruido puede ser molesto para los lectores. La presencia del portal era motivo de canciones, romances y un sin fin de historias de  horror, Al menos seis libros completos se habían escrito sobre ella, pero ninguno lo preparaba para su presencia: Della Baltazo. Eterna joven, anciana, imperecedera y siempre a mitad de dos mundos.

Al parecer el traje que llevaba estaba vivo y reaccionó  defensivamente ante el bibliotecario, a pesar del peligro que esto significó, fue él quien hizo un gesto de disculpas.

            —Perdone el desbalance—dijo con humildad—, tuvimos un  problema con una fuga de Entropía, pero ya ha sido contenida.

            La mujer asintió conforme, miró tras de si, abrió la puerta y se adivinaron tres humanos en distintos estados de putrefacción. Una comitiva típica de su siniestro clan, mantenerlos en ese estado requería mucha voluntad. Tener un sirviente es obra de un desviante fuerte, dos de uno realmente poderoso, si ella tenía tres significaba que tenía un desplante de poder que cuatro o cinco personas en la historia de su facción han logrado.

            —Temo que sus guardaespaldas no pueden entrar—sentenció—,  los  muertos reanimados son interpretados como una agresión por la Biblioteca y no puedo responder por la reacción que esta puede tener. La última vez tuvimos bajas, libros extraviados y un amago de incendio.

            La mujer levantó sus cejas con sorpresa.

            —¡Tantas reglas! —Expresó con sincera molestia—Cuando mi  marido vivía esto no era así. Se respetaban las jerarquías.

            La mujer hizo una pausa y miró alrededor, se detuvo y contempló los candelabros del techo. Soltó un suspiro, solamente después de eso comenzó a hablar.

            —Necesito un texto, que espero no hayas perdido…

            Cuando ella convocó al Colossaeas, el Maese Horatiu estuvo todo menos sorprendido, esas cosas pasaban. Un texto se hacía popular, o necesario y todos lo querían de pronto.

            —Temo que está en uso—contestó él—, pero si tiene paciencia  podemos solucionarlo.

            La mujer hizo un puño con su mano derecha.

            —¿Sabe quién soy? ¿Me ve compartiendo algo con una rata de Petrov?

            El Maese hizo como que no escuchó ese último e insultante comentario, estaba más que consiente del odio que la casa Baltazo sentía por el Inquisidor, todos en el Abismo lo sabían, pero aquella no podía ser su guerra, no en sus horas como bibliotecario.

            —Sígame, por favor.

            Aquello no era una petición, aunque sonara como tal, Horatiu debía dar órdenes de cuando en vez, incluso a sus superiores. Caminó por un  pasillo que resultó sorprendentemente agradable para la recién llegada, pues en este estaban las grandes conquistas de su clan. Llegó hasta la sala de lectura, en esta pudo ver que el Emisario Hankar seguía en su libro. 

            Della tomó asiento, sin ponerle atención a  Ojos Vacíos que seguía en el lugar.

            —Señor Embajador, perdone interrumpir su lectura, doña Della Baltazo también quiere trabajar con el texto.

            —¡Yo lo pedí primero! —dijo abrazando el tomo.

            Della soltó un suspiro y miró al emisario. 

            —Pequeño Hankar—dijo mientras las partes afiladas de su vestido  crecían—, ni tu reina se atrevería a hablarme así.

            Horatiu se puso entre ambos y puso el texto entre ambos.

            —No  hay necesidad de pelea alguna señores, la biblioteca puede multiplicar sus libros  siempre y cuando este no se  separen mucho, por lo que tendrán que leer en esta misma  mesa. 

            Y así el libro simplemente se  dividió en dos volúmenes  idénticos, y  por un momento  el silencio  volvió a  reinar.

IV

Extrañezas

La Biblioteca cruje,  rechina y se queja. Es antigua y tiene secretos que ella misma no conoce. Tanto el Maese Horatiu como Ojos Vacíos la atienden, pero no siempre es sencillo saber que es lo que quiere. Pero todo parece indicar que un nuevo visitante se aproxima.  Aunque no hubo timbres, mucho menos anuncios, sintió la vibración bajo sus pies. Pensó en roedores, pero el edificio estaba lleno de depredadores, naturales y no tanto,  cazadores de ratoncillos.

Estuvo pensando unos minutos, abrió sus  sentidos y no detectó grandes derroches de voluntad o energía de ningún tipo, estaba sin pista alguna. Sin embargo, no pocas veces, la vida se va delatando sola. El primer testimonio fue una solitaria cucaracha que caminó sobre sus zapatos.

            —Bichos, ¿me atacan con bichos?

            No era primera vez que debía hacer un control de plagas, pero presintió que esto sería levemente más complejo, así que decidió atacar el problema de inmediato. Cerró los ojos y derramó su propia voluntad sobre el suelo de la biblioteca. Era verdad, sabandijas  se deslizaban bajo sus pies. No eran seres de voluntad, sino entes biológicos reales. Aunque estaba seguro de que alguien debía de estar manipulándolos. Pensó que hacer, si incendiaba su propia voluntad podía incendiar el edificio completo. Así que descartó las llamas. Podía hacer algo parecido con un toque de la oscuridad de los libros que lo rodeaban.

            Volvió a cerrar los ojos y extendió su mano hacia delante. En su mente contó cien, doscientos, trescientos, mil cucarachas. Convocó a las sombras, las que saltaron sobre la plaga y la volvieron polvo. Aquello había sido agotador. Tomó asiento en una pequeña banquita cercana a la escalera que llevaba al segundo piso de la biblioteca, el ala más maltratada de esta, donde la humedad del invierno pasado había obligado a quitar algunos libros.

            Su alivio duró poco. La Biblioteca volvió a quejarse, sin duda habían mandado más insectos contra él, hormigas en esta oportunidad. Más que pequeñas. Menos individualizable. Si alguien merecía heredar la Tierra eran las hormigas, lo que le recordó un viejo libro de Clifford D. Simak, Ciudad, si no se equivocaba.

            Se frustró un poco, pero estaba rodeado de libros y recordó uno en particular que contenía lo que algunos Abismales antiguos llamaban conjuros. No eran eso claramente, pero eran pasos, sistemas  para ordenar la voluntad, dar cierta forma al caos. Sabía bien que la Quimera seguía usando ese tipo de artilugios y que la Corporación lo disfrazaba de  programación.

            Baal había enseñado sobre este punto, por lo que dedujo que quien estuviese usando a estos desdichados seres debía ser un aprendiz del viejo y  temible abismal. Concentró su voluntad y en vez de cubrir el suelo imaginó vectores, así podría rastrear la proyección de la voluntad enemiga.

            Veinte metros, nada. Debía estar cerca, pero no era  estúpido. Otra proyección, a treinta metros y nada. Luego se mostró el error a si mismo, sus vectores daban por echo que se trataba de un hombre o una mujer de tamaño promedio. No, debía ser mas bajo, y quizás  estaba más cerca. Lo volvió a intentar, a diez metros. Funcionó.

            Cuando lo tuvo localizado fue cosa de hacer un pequeño truco, como el que había funcionado con la Tiamath. Metió una  mano en el mismo libro y  agarró al intruso con fuerza. Solo entonces dio un tirón tan fuerte que  lo puso directamente a sus pies.

            —¿Cómo hiciste eso? —Preguntó el intruso sorprendido—, no se te ocurra golpearme, estamos en una espacio santo.

            Aunque  el Maese no lo conocía realmente, si podía leer que era un abismal de alguna clase. Por unos segundos no le importó y transformó su mano izquierda en una guadaña bien afilada.

            —Nunca te ataqué—dijo el recién  llegado rogando—, soy  un ladrón, no un traidor.

            Ojos  vacíos apareció tras el Bibliotecario, sostenía un cuaderno y una vieja pluma fuente.

            —Es Escarabajo—dijo desapasionadamente —, de la casa de Baal, pero hoy sirve a Baltazo, a los Oni y a  cualquiera que pague.

            El atrapado ladrón movió la cabeza afirmativamente. 

            —Yo no te ataqué—comenzó nuevamente—,  solo fueron los insectos, no estaban hechos de voluntad…

            —Veamos— dijo el Maese mirando a su compañero—, ¿crees que Petrov esté de acuerdo con ese  resquicio legal.

            A la sazón de que el archivero terminaba su frase, el regordete Abismal se ponía de rodillas pidiendo disculpas.

            —No es necesario avisarle—dijo Escarabajo tartamudeando—, seré un buen niño, solo necesito un libro, me lo aprenderé de memoria.  Me urge encontrar el Colossaeas. Llevo cinco noches soñando con ese libro, como si me emplazara a venir, me convocara. Ha arruinado mis  descansos de belleza, mire como se ha puesto mi pielo

            Efectivamente algo pasaba entre estos seres y aquel incompleto texto. Fue Ojos Vacíos quien llevó al bandido directo la sala de lectura donde estaban  los lectores.

            —Divide un libro para él—pidió—, si hace otra cosa rara, se irá de una abismal patada. ¿Estamos de acuerdo?

            Ambos asintieron y se perdieron de vista. Situación que el gran defensor del saber Abismal aprovechó para reposar, apoyó la cabeza en su escritorio y dormitó. Una hora, una hora y media, dos horas. Eso no era habitual en él, menos cuando tenía tantas visitas. Se sintió  levemente mareado, como cuando usaba demasiado su voluntad, quizás eso había sido. Se estaba volviendo viejo, pacífico y dócil, algo imperdonable en su línea de trabajo.

            El silencio lo alarmó,  dudó que aquellos escandalosos Desviantes de un momento a otro se hubiesen vuelto lectores ejemplares. Tocó la puerta que separaba la salita del resto de las instalaciones, nadie contestó. Abrió la puerta y encontró a todos los lectores tendidos frente al libro, mismo que parecía  haberse reunificado. Una especie de delgada vena conectaba al reformulado tomo con sus lectores, incluso su compañero había caído bajo aquel raro influjo. Estaban vivos, pero parecían haber sido drenados

            El tomo mismo también había cambiado, su tapa ahora era roja oscura, el título había sido alterado. Victor ex Colossi, la obra misma había usado a sus lectores para completarse. Aquello era un fenómeno lingüístico, alquímico, al mismo tiempo que uno Abismal. Alguien los había convocado, quizás hubiese sido el libro mismo que les puso la urgencia, se volvió  su obsesión.

Debía llamar al Inquisidor, lo haría, pero antes se sirvió un poco más de té y disfrutó algo más de ese  misterio en la soledad de la Biblioteca.

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